Buenos
días, mi amor. Ya no se empezarlos
sin decirlo,
aunque
nunca lo escuches porque no estás.
Créeme,
todavía no he superado las noches que me debes.
Tenía
17 años la primera vez que te prometí la vida.
Y
ya han pasado más inviernos de los que pensé
que
aguantaría sin acurrucarme en tu espalda.
Hace
días que no sé dónde te has metido.
Cogiste
la primavera y te la llevaste, dejando Madrid mojado y frío,
y
las paradas de autobús se llenan de gente que no sabe
lo
guapa que estás cuando abres los ojos y sonríes,
como
volviendo a nacer, como volviéndome a hacer.
Y
yo, que solo intentaba ver tu espectáculo cada día,
sigo
esperando impaciente cada noche, sabiendo
que no tengo entrada para ti.
La
puerta de emergencia de tu vida se abrió sola y sonaron todas mis alarmas.
Habría
empezado a correr si no fuese por esta parálisis
que
no me deja separarme de tu lado.
Tengo
miedo de quemarme en tu memoria, y no dejar ni una chispa para resurgir.
Mi
amor, no quiero quemarme si no es tu lluvia la que me apaga.
No
quiero arder si no son tus manos el combustible.
No
quiero convertirme en humo y no dejarte señales.
Quizás
por eso respiro con filtro y dejo el cenicero lleno
de
los besos que dejas en cada colilla.
Ya
no se sentarme sin que me tiemblen
las piernas.
No sé escribir con la
espalda erguida.
Necesito
tu peso y tu soplido para enderezarme.
Hay
algo de mentira en todo lo que digo.
Probablemente
sabría hacerlo sin ti.
Pero
la vida que te prometí tendría el mismo sentido
que
las palabras que salen sin pasar por los filtros que no me dejan respirar.
¿Sabes? Hay noches en
las que te pienso tanto que puedo sentirte a mi lado.
Puedo
tocar tu risa y oír cómo las sábanas te acarician cuando te giras para
buscarme.
Y
no sé nada de tus noches, pero sé que algún día podré verlas en
primera fila.
Precioso.
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